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Tres historias de los márgenes del país irracional e insostenible


Hoy he escuchado historias de jóvenes ecuatorianos, todas de lucha y drama. De seguro habrá otras más felices, pero se las quiero compartir, porque los jóvenes no son el futuro, son el presente y el presente se les está cerrando, ni pensar en el futuro. Lo hago también porque es necesario un CAMBIO y no lo van a hacer los políticos tradicionales, ni el gobierno, ni la oposición, ni los extremistas de los diversos bandos, de esta selva irracional y subdesarrollada, con el perdón de la selva que a lo mejor es más humana. Lo tenemos que hacer todos nosotros, amigo lector.


JUAN, EL BANDERERO


Juan es un joven de 19 años, nacido en un pueblecito del sur de Loja. Desde que salió del colegio no tiene trabajo más que de jornalero en invierno porque en verano es tiempo muerto.

En su comunidad se opusieron a la minería, pero han llegado a un acuerdo. Por ejemplo, la minera contrata a Juan por 600 al mes para ser banderero, el chico que se pone afuera del campamento y avisa a los carros que pasan por la carretera que va a salir algún vehículo. En ese fin del mundo pasa si acaso un carro por hora, pero ese es el trabajo de Juan y muy bien pagado.


En realidad, es un abuso que solo una minera puede pagar. Juan vive en una burbuja que explotará y el suelazo con la realidad será duro, solo que ya no será joven. ¿Qué inversionista va a venir con esas condiciones de pagar a un banderero, 600 dólares?, ¿ninguno? No, si hay algunos y pagan más, son los narcos.


MERY PARA LA CHINA


Mery es una chica de 20 años de por Pintag, parroquia rural cerca de Quito. Trabaja en una chifa por el básico y aunque es soltera y sin hijos, no le alcanza porque ayuda a sus papás agricultores, que siempre han sido, son y serán pobres, porque ese es el «karma» de los pequeños agricultores en Ecuador.

Temprano en la mañana, antes que abra la chifa toma clases de fisioterapia y los sábados también. Se «saca la madre» madrugando todos los días, pero por más que lucha siente que no progresa y no le alcanza para seguir el curso de fisioterapia.


El otro día, el chino de la chifa se le acercó y le dijo que le va a presentar a otro chino que está buscando novia. Sabe que China es lejos, todavía no le han presentado al chino, pero se pregunta si se la llevaría bien lejos, no quiere seguir en el país.

Por más que trabajes y te esfuerces no ves futuro y solo quieres irte.


JORGE TAMBIÉN SE QUIERE IR


Jorge es hijo de una mamá que de niña usaba anaco y ahora jeans, migrantes del campo de primera y segunda generación ya en la ciudad, que se trajeron la pesada mochila de la pobreza y que no la pueden soltar tampoco en la urbe; con lo que gana de empleada doméstica ha educado a sus tres hijos. Jorge es el segundo, ya salió del colegio, no pasó los exámenes para la Central y no conseguía trabajo en Quito.


Un amigo lo llevó a una telefónica y empezó a trabajar vendiendo paquetes desde las 08h00 a 18h00 y muchas veces hasta las 19h00. Vive en Pisulí, así que siempre madruga para llegar a las 08h00 y nunca retorna a casa antes de las 20h00.

Trabaja duro pero solo recibe 150 al mes y la mitad se va entre buses y los almuerzos. Le da pena que sea su mamá la que le siga pagando el bus para que le quede alguito más.


Ha entrado en depresión y no lo sabe, pero no es difícil darse cuenta. Me dice, en una pregunta como un ruego: “no le encuentro sentido a seguir si nunca voy a ganar más, para qué vivir así?”

Él también se quiere ir y más lejos que a China, la depresión puede llevar a un viaje sin retorno.


Mientras el país se autoengaña con la consulta (tenemos un problema de calidad de los asambleístas, pero preguntamos sobre bajar  la cantidad!!!), mientras andamos entretenidos devaluando el mecanismo de las mesas de diálogo (son tantas que ya parecen hacer canguil), mientras el gobierno vive en el multiverso, aparecen descabezados, matan y desaparecen a una mujer en plena Escuela de Formación de Oficiales de la Policía y nuestra juventud anda frustrada, deprimida, buscando irse del país o de la vida.

Amigos lectores, esto tiene que cambiar o ¡va a estallar mal!


No encuentro un calificativo en castellano para describir lo que está pasando, pero usaré un término culto del latín antiguo: Ecuador, su democracia y sus instituciones, sus políticos y las élites, salvo honrosas excepciones, que por fortuna las hay, son una ¡PENDEJADA!


Por Ney Barrionuevo J.


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